Justo antes de partir hacia Buenos Aires, procuré estar el tiempo suficiente en Humahuaca como para celebrar algo que hacía tiempo no lo había hecho: la pachamama.

Esta celebración consiste de dar de comer a la madre tierra. A pesar de que el término pachamama se acepta como madre tierra, en realidad es algo más complejo y que para la época prehispánica tenía una acepción mucho más profunda. Tal es la complejidad que Pacha significa tiempo-espacio, ¿dos conceptos en uno? ¿O un único concepto que para nuestros ancestros era el modo de ver la vida?
Sea como sea, la sensación de humildad que uno siente al arrodillarse ante la madre, la progenitora, la que toma las miserias del hombre y la transforma en alimento, en subsistencia, ¡en vida!, es algo que renueva y el inmediato sentimiento es el «agradecimiento».
Agradecimiento por estar allí, en ese ESPACIO y en ese TIEMPO, por ser parte de este mundo, por tener cosas que ofrecerle, ahí, a ese vientre abierto, como los brazos de una madre humana.

En esa relación madre-hijo, uno da, pero también recibe, pero hay que estar abiertos. Y ahí le ofrecí también el proyecto de El Imperio Inca, de Inkakuna, como muestra de agradecimiento, como muestra de un desprendimiento, de que este proyecto ya no es sólo mío, y quizás nunca lo ha sido, sino de todas las personas que ya se encuentran trabajando en él.
¿Qué más decir? Gracias pachamama, madre tierra, por permitirme ser.

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